Comentario
El momento que marca el punto de partida del reconocimiento de la pintura realista española puede situarse en la Exposición de París de 1889, habida cuenta de que, siendo la primera ocasión en que se conceden premios a cuadros de alcance y contenido social, entre los galardonados figura La visita al hospital (Sevilla, Museo de Bellas Artes), del andaluz Luis Jiménez Aranda.
No obstante este reconocimiento, la prensa internacional, al hacerse eco de dicha muestra, denunció el desfase que evidenciaba la pintura española; a tenor del conjunto de obras enviadas para su exhibición. Todo ello resultaría un revulsivo en los medios artísticos españoles, provocando que a partir de 1890 se multiplicara la producción de obras representando temas como los premiados en París. Sin embargo, esta apuesta por reflejar la realidad se bifurcó en dos vertientes claramente diferenciadas. Una, de resultados suaves y agradables, y otra, de connotaciones más críticas y comprometidas socialmente.
Esa primera vertiente es la que más éxito tuvo entre la sociedad burguesa de la época y la que, al igual que hoy, estaría bien cotizada. Se trata de un realismo centrado en asuntos cotidianos, donde prevalece la visión endulzada y anecdótica de la vida y donde se evita lo feo y desagradable. Se trata, en definitiva, de una pintura que parte de un realismo verdadero para acabar en un realismo falso y rayando en lo costumbrista.